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miércoles, 21 de agosto de 2013

LA MUJER PREHISTORICA

Siempre hemos oído que en la prehistoria era el hombre el que cazaba y la mujer recolectaba, pero hasta cierto punto eso es falso y se debe a la interpretación que desde el punto de vista actual se hace de la historia.

Los estudios más recientes en la paleontología y los restos arqueológicos recuperados indican que desde el Paleolítico hasta la Edad del Metal, la mujer no solo realizaba tareas de reproducción, manutención y producción, sino que también participó en trabajos fuera del ámbito doméstico como la caza, la recolección o el cultivo de la tierra, participaba en las cacerías y procesaba el alimento, llegando en algunas ocasiones a alcanzar un fuerte poder social, apreciable en el mundo religioso y de la muerte.


Muchos antropólogos sostienen que las probabilidades de que hayan sido las mujeres quienes condujeron las sociedades antiguas hacia el Neolítico y se convirtieron en las primeras agricultoras., o al menos, las impulsoras de tal actividad, son altísimas a causa de su conocimiento profundo de la flora y se ha podido determinar que mientras la caza les proveía de un 10% del sustento, el 90% derivaba de la recolección vegetal.

La sociedad prehistórica era más igualitaria que la sociedad moderna en lo que respecta al reparto de tareas entre los hombres y las mujeres (las sociedades que giran en torno a la naturaleza y viven en contacto directo con ella actúan de manera más igualitaria y el ejemplo actual lo tenemos en comunidades amazónicas que subsisten aún inmersas en la naturaleza y actúan del modo descrito).
 
En todas las sociedades conocidas existe una división del trabajo por sexos. En sociedades de caza y recolección, las mujeres casi siempre eran las que recogían los productos vegetales, mientras que los varones suministraban la carne mediante la caza. Pero este reparto del trabajo no implica que un grupo realice tareas menos importantes que el otro, sino que es una estrategia social para obtener más éxito en la explotación de los recursos y cada sociedad la gestiona como mejor entiende. El reparto de trabajo es una construcción social y, algunas teorías apuntan a que en este reparto fue fundamental la vinculación de las mujeres con las crías humanas, que requieren una atención constante al menos durante los primeros años de vida. En sociedades como las prehistóricas, la alimentación de los niños mediante la lactancia era un recurso fundamental y esto pudo vincularlas a estas actividades de mantenimiento y al espacio domestico, pero sin que eso significara necesariamente desigualdad o subordinación.
A su vinculación a estas actividades, relacionadas con la preparación del alimento y la preservación de unas adecuadas condiciones de higiene y salud, además del cuidado del resto de los miembros del grupo habrá que añadir una más, imprescindible para la vida en sociedad: el desarrollo del lenguaje, una forma de comunicación oral “materna” como base del lenguaje para calmar a los pequeños y la socialización de los individuos infantiles. La mujer fue un factor indispensable para la supervivencia del grupo, para el cuidado, el mantenimiento y la transmisión de valores y conocimientos, de ahí el papel social, económico y cultural que tuvieron las mujeres a lo largo de la Prehistoria.

El problema es que se trata de actividades que siempre se han minusvalorado y englobado en el depreciado concepto de doméstico. Tradicionalmente, se ha considerado que no requieren ningún tipo de tecnología, experiencia o conocimientos para su desarrollo. No obstante, se convierten en fundamentales para cualquier sociedad, independientemente de cuál sea su modo de subsistencia.
 
Los estudios etnográficos sobre sociedades actuales demuestran que lo extraño es encontrar una actividad que sólo acometan hombres o mujeres. En las sociedades de la prehistoria no tenemos datos que nos lleven a pensar que las mujeres no cazaban o que no intervinieron en determinadas producciones, como la de piedra tallada o la metalurgia. Además, muchas imágenes del pasado las muestran plenamente integradas en cuestiones rituales y religiosas. Por otra parte, los ajuares funerarios encontrados en las sepulturas destacan más las diferencias en el estatus social y en la realización de determinados trabajos, que en la existencia de desigualdades entre mujeres y hombres.
 
El largo período de la Prehistoria –el más largo de la historia de la Humanidad- siempre se ha conjugado en masculino. El valor del que caza, defiende a los suyos y a su especie, descubre espacios y sitúa en mejores condiciones físicas al grupo, ha sido asociado al ejercicio de la fuerza física y del varón. Es un mundo prehistórico explicado por una Arqueología con una mentalidad “moderna” que ve al varón como ser superior y que, en las últimas décadas, está viendo como se desmantelan muchos de sus prejuicios y como se anulan parte de sus conclusiones sobre el papel de la mujer.
 
Del comportamiento social de la Prehistoria no tenemos huellas arqueológicas registrables, salvo en casos excepcionales, por ese motivo podemos llegar a saber que se tallaron piedras, que se aprovecharon animales, que se realizaron tareas de recolección o de horticultura, que se construyeron cabañas y se trazaron calles, que se excavaron fosos e incluso que hubo una batalla. Pero no sabemos si quienes hicieron todas esas cosas eran los hombres o las mujeres y tampoco sabemos qué valor social tenían en aquel grupo todas esas tareas. Pudiera ser que lo más importante fuera ir a por leña, o que la tarea de mayor prestigio era la de hacer la cerámica, no sabemos si quien construía las cabañas era el que ostentaba el poder.
 
Los restos encontrados en excavaciones de localidades españolas como las de Monachil (Granada), la Motilla del Azuer (en Daimiel, Ciudad Real), Peñalosa (en Baños de la Encina, Jaén) o Castellón Alto (en Galera, Granada) muestran un mayor desarrollo muscular en la parte inferior del cuerpo de los individuos masculinos, probablemente debido a que recorrían largas distancias. Sin embargo, las mujeres hacían un esfuerzo mayor con la parte superior, debido a actividades como la molienda del cereal o el acarreo de objetos.

El profesor Dean Snow, de la Universidad de Pennsylvania, volvió a analizar las pinturas de la Gruta de Pech Merle y de las Cuevas de Gargas, en Francia, que datan de hace más de 25 mil años y descubrió que hay evidencias de muchas manos femeninas, pese a que desde hace años se creía que las pinturas rupestres sólo habían sido realizadas por hombres, el estudio revela que las mujeres también contribuyeron en su ejecución.
Además de las manos masculinas, que claramente son más largas, en las cuevas se localizaron marcas más pequeñas que podrían ser de hombres más jóvenes o mujeres. Para determinar quién pintó las marcas más pequeñas, el profesor Snow usó proporciones digitales. Los dedos anulares largos corresponden a hombres mientras que los índices más largos son más femeninos. El profesor considera que ahora es posible decir que muchas mujeres tuvieron un fuerte papel en el arte del Paleolítico Superior.
 
Lo que sí sabemos es que, con seguridad, en un pasado lejano los hombres y las mujeres formaron grupos de personas que se unieron para obtener una mejor calidad de vida y compartieron esfuerzos y recursos para sobrevivir.
 
ROSA

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