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viernes, 2 de agosto de 2013

LA MUJER IBERA

Los íberos fueron los antiguos pueblos que habitaron la parte oriental de la Península Ibérica, desde el suroeste de Francia, Cataluña, Levante, parte de Castilla la Mancha, Andalucía y parte del Sur de Portugal. Se cree que llegaron a la Península en el Neolítico, entre el 5.000 al 3.000 antes de Cristo y aquí permanecieron hasta la conquista de los romanos que concluyó en el 19 a C. Mantuvieron relaciones comerciales y culturales con los fenicios, griegos, cartagineses, romanos y celtas. Los íberos eran matriarcales.
El desconocimiento de la lengua que hablaban los íberos impide que se puedan traducir sus textos, por lo que para conocer el mundo de la mujer íbera solo podemos recurrir a:

- Las esculturas y decoraciones.
Por ellas sabemos que la mujer íbera tuvo un papel fundamental en la sociedad, pues participaban en actividades religiosas, sociales o políticas en igualdad a los hombres (como se manifiesta en las pinturas de los vasos de Liria), o incluso en un nivel superior, cuando representa a la diosa (la Dama de Elche o la de Baza) Ello evidencia que existió un cierto reconocimiento de la mujer en el plano social y religioso y que debieron gozar de privilegios, al menos las pertenecientes a las altas clases sociales. Incluso es posible que el sacerdocio, esté integrado principalmente por mujeres (como sugieren las damas oferentes del Cerro de los Santos).
 
También por las esculturas sabemos que llevaba joyas (collares, anillos y pendientes).
 
En las escenas de música, siempre presente en los rituales ibéricos, la mujer toca el aulos (oboe doble) y panderos y arpas. Abundan también las escenas pintadas en la cerámica en la que se muestra danzando junto al hombre, todos cogidos de las manos.
 
En el mundo religioso las mujeres adoptaron diversos papeles, unas actuando como fieles, como sacerdotisas o como diosas de las que desconocemos el nombre. Se hallaron grandes esculturas de damas que parecen sacerdotisas realizando algún ritual. No faltan en el ritual funerario las plañideras, formando parte del cortejo fúnebre.
 
Completan el panorama las grandes damas entronizadas o de pie, ataviadas con ricos ropajes y joyas suntuosas, como personajes de alto rango que dejan patente la importancia de determinada elite social.
 
-Los objetos encontrados en las sepulturas.
En las necrópolis aparecen enterradas, con el mismo ritual que el hombre, pero distinguiéndose de aquel por el ajuar funerario, en el que no aparecen armas y sí, además de los objetos de adorno y pequeñas joyas y cerámicas, diversos útiles relacionados con los tejidos y la industria textil.
 
Sabemos que cuidaron mucho su aspecto externo, lo que queda corroborado por los hallazgos en las tumbas, de objetos de adorno, joyas, pinzas depilatorias y vasitos de tocador, que consisten en diferentes tarros para  perfumes, cremas o pinturas.
 
La situación de la mujer ibera depende de su clase social. Si pertenece a la aristocracia del poder y del dinero, goza de amplias prerrogativas, como se deduce de los ajuares de sus tumbas, que compiten en riqueza con los de los hombres.
Se han encontrado, incluso, tumbas dobles en las que fueron depositadas una pareja adulta de hombre y mujer y otras dobles de mujer con un niño recién nacido, posiblemente el hijo de ésta, al morir ambos durante o tras el parto.
 
-Los textos escasos e imprecisos de historiadores griegos y latinos.
Estrabón dice de ellas: “Las mujeres trabajan la tierra y paren en el mismo campo, bajo un árbol y luego siguen trabajando…”, “El esposo es el que dota a la mujer y son la hijas quienes heredan y eligen las esposas para sus hermanos…” Y añade: “… tales costumbres apuntan a una ginecocracia que no puede llamarse civilizada…”
La mayoría de las mujeres íberas trabajaban junto con el hombre en el cuidado del campo y del ganado, como dice Estrabón “pare en el campo y sigue trabajando” y en muchas ocasiones se hace cargo por completo del campo, de los animales y de los hijos, pues la sociedad íbera era muy belicosa y eran frecuentes los enfrentamientos entre distintos pueblos íberos. Quizá, las frecuentes guerras favorecen la importancia social de la mujer, que vela por la familia y el poblado mientras el hombre está combatiendo, por esta razón tenía un papel bastante reconocido.
La mujer íbera participó en la guerra en algunas ocasiones, se cita su actuación “heroica” durante las guerras contra los púnicos (Samatis) y contra los romanos (Sagunto, Astaza, Iliturgis…).
 
A pesar de la dependencia del padre y del marido, la mujer íbera podía conservar, administrar y trasmitir su dote. El historiador romano Salustio nos dice que escogían a su esposo entre los guerreros más destacados. Las mujeres eran empresarias, decidían en la casa, llevaban el negocio, traspasaban su linaje a sus descendientes y ocupaban todos los cargos del Gobierno en los llamados “consejos de mujeres”.
 
La vida de las mujeres dependía mucho de su estatus social, lo que parece evidente es la participación de la mujer en muchas tareas cotidianas que ayudaban al sustento de la comunidad, podríamos decir que la vida de una mujer libre que no perteneciera a una clase acomodada era bastante dura: confeccionar los tejidos de la familia y la artesanía, contribuir al trabajo agrícola, cuidado del ganado, recolección de frutos silvestres, etc. Por otra parte las mujeres realizaron trabajos de comadronas y cuidadoras de enfermos, por lo que debieron de tener conocimientos sobre hierbas y tratamientos terapéuticos.
La mujer íbera estaba bajo la autoridad paterna, primero bajo la del padre y luego bajo la del marido, sin embargo la mujer era transmisora de status y daba, por ella misma, prestigio al hombre, constatamos este hecho en los matrimonios de Asdrúbal y de Aníbal que se casaron con princesas ibéricas.
La mujer en el mundo ibérico contribuyó a crear y fortalecer vínculos diplomáticos, Himilce (la princesa íbera de la que poco sabemos, quizá nacida en Cástulo) que se casó con Aníbal (el cartaginés que completó la conquista de la Península Ibérica iniciada por su padre Amílcar, y el general que puso de rodillas a Roma y sus legiones) para sellar una alianza entre ambos pueblos, el íbero y el cartaginés, contra Roma.
Cuando Aníbal tuvo a punto la invasión de Italia atravesando los Alpes, embarcó a su familia en el puerto de Cádiz rumbo a Cartago, buscando su seguridad. La despedida de Himilce de su marido nos la relata Silio Itálico de la siguiente manera:
“¿A mí me impides acompañarte, olvidado de que mi vida depende de la tuya? ¿En tan poco estimaré el matrimonio y la cesión de mi virginidad, como para fallarte en subir contigo montañas? ¡Confía en la hombría femenina! No hay fuerza que supere al amor conyugal.
Pero si sólo soy juzgada por mi sexo, y has resuelto despedirme, me avengo y no interpongo demora al destino. Que la divinidad te asista, hago votos. Marcha con buen pie, marcha con el favor de los dioses y conforme a tus deseos, y en la batalla, en el sangriento combate, acuérdate de mantener vivo el recuerdo de tu esposa y de tu hijo
.”
(Púnicas III 109-127).
 
ROSA

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